DOS CARAS


Imagino que Uds. como yo, conocerán la fábula “El cuento de la lechera”. Ya saben, aquella chica que, camino al mercado con su cántaro de leche, imaginó crecer y prosperar, vender su cántaro de leche y comprar unos huevos, de dichos huevos saldrían polluelos que se convertirían en gallinas, que pondrían más huevos. Con tantos huevos para vender podría comprar una vaca, que le daría más leche para vender, etc. Ni Bill Gates llegó a imaginar tanto en aquel garaje…

Me parece un buen momento para recordar este cuentecillo, pues estamos en las postrimerías de la Navidad, y de nuestra tan afamada lotería. ¿Cuánto dinero han invertido ya en décimos? ¿Cuánto les queda por invertir? Nuevamente el día de la marmota, como todos los años, compramos lotería de nuestras empresas, del colegio de los niños, un décimo a medias con un amigo, otro con su pareja, uno para regalar, y otro del lugar de vacaciones.

¿Pero por qué? ¿Por qué nos ilusiona tanto ese acontecimiento? ¿Un buen marketing? Personalmente, creo que va más allá. Evidentemente hay anuncios de lotería extraordinarios y que algunos habrán incluso llegado a erizarles el vello, porque sí, “la suerte es compartirla”.

Pero les digo que va más allá porque todo se basa en la expectativa. Y no tomen esto como una crítica o halago a tal lotería, sino que simplemente nos servirá como un ejemplo bastante ilustrativo.

Y sobre lo que trataré de ilustrar en el presente es sobre las expectativas. Aquellos pensamientos que de manera absolutamente sobredimensionada nos ilusionan de una forma mágica, aun cuando sabemos que en su mayoría quedarán en eso, en una simple ilusión.

Les hablo no solo de la posibilidad de pillar un pellizquito para tapar agujeros en la mentada lotería, sino de todo lo que les ilusiona en su devenir: el enamoramiento idílico de las primeras veces, las expectativas generadas sobre un evento concreto, la posibilidad de un ascenso laboral, el reencuentro con un ser querido tras tiempo sin verse…

Piénsenlo un momento, cada vez que algo les ilusiona, ¿cuántas expectativas generan sobre ello? Evalúen si son reales, si son acordes, si infra o sobre dimensionan las posibilidades de que ocurra, y sobre todo, ¿cuántas veces la realidad termina siendo acorde a dichas expectativas?

En la mayoría de las ocasiones, nos emocionamos y nos regocijamos en esta ilusión, aun a sabiendas de que puede que el acontecimiento o evento en cuestión ni si quiera tenga lugar. Y, aun cuando es algo más simple, una aspiración menos utópica y dicho acontecimiento se termina produciendo, acaba no siendo todo lo perfecto que lo habíamos imaginado.

¿Por qué hacemos esto? ¿Porque todos en mayor o menor medida tendemos a soñar despiertos a divagar sobre el futuro? Y no creo que sea una cuestión del cariz más pesimista u optimista de la persona, no les hablo de esto, porque todos a su manera, hasta el mayor de los pesimistas sueña con un escenario mejor.

Entonces, ¿a dónde nos lleva todo esto? Nuevamente me planteo, ¿la expectativa de un futuro mejor es intrínseca a nuestra condición humana? O por el contrario ¿deviene de una sociedad nauseabunda en la que solo podemos soñar con mejorar?

Y, sobre todo, me planteo ¿es algo positivo? ¿Es la actitud correcta? Es decir, ¿conviene distraernos en futuros que rara vez sucederán como imaginamos, mientras los muchos presentes pasan por delante de nuestras narices? Permítanme la metáfora, pues seguro que alguna vez se han equivocado de sentido en el metro, de dirección en la calle, u obviado el color del semáforo, por ir ensimismados y enfrascados en alguna pequeña ilusión. Pues ahora traten de extrapolarlo a circunstancias trascendentes.

Pero, por otra parte, ¿qué sería de nosotros sin esas expectativas? ¿Realmente merece la pena vivir en el absoluto pragmatismo del presente para disfrutarlo en toda su realidad sin evocar la ilusión de lo que pudiera otro día ser?

Si omitimos la ilusión, el optimismo irracional, terminaríamos quizá convirtiéndonos en una foto color sepia, un teléfono al que se le baja el brillo al mínimo para ahorrar batería, un domingo de lluvia sin una buena película que lo refugie.

Pero, si el presente no nos agrada, ¿luchamos mientras nos resignamos por cambiarlo, con el dolor del pesar y la incomodidad de la situación actual? ¿o evocamos futuros mejores para regocijarnos en tales ilusiones, aunque estas nos impidan centrarnos en combatir la realidad de lo que nos acontece?

Permítanme que, sin ser yo quien les resuelva las cuestiones planteadas les pueda al menos citar a Sabina: “Todo da una de cal y otra de arena. Todas las caras tienen su cara y su cruz. Todos somos un pájaro que vuela. A la vez, hacia el norte y hacia el sur”

Intensa divagación la de hoy, tómenla con mesura, para que les sirva positivamente, pues una copa después de comer sienta bien, pero si se pasan el juego, se lo advierto, mañana tendrán resaca.

Como siempre les digo: no esperen un final, no busquen una conclusión, ni tan siquiera, en este caso, mi opinión.

 

Abrazos.

 

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