RAíCES.
Esta no iba a ser la primera entrada, pero aprovechando que ayer fue nuestro día, y en un acervo regional, aquí tienen el primero de mis muchos cambios de rumbo:
No se crean que me agrada mucho caer en el mainstream, pero sí que me apetecía mucho escribir sobre esto, oye y que menos que darles las gracias a los chicos de este grupo que son los que nos tienen locos a todos con la canción.
¡No me digan que no! la han tenido que escuchar, está en todas partes, radio, tele, listas de spoti, stories, tiktoks…
“Que suerte la tuya de poder vivir “onde” naces”
Y qué suerte la mía, y la de tantos compatriotas que hayan podido nacer en mi mismo lugar.
Les podría contar mil maravillas de mi región Extremadura, de la provincia de Cáceres, o de mi pueblo Navalmoral de la Mata; pero hay que gente que lo hará mucho mejor que yo, que la conoce más, que la vive y la vivió durante más años, que disfrutó de su humildad, porque creo que esta humildad es el adjetivo que mejor puede definir a mi tierra.
¿Entonces qué hago yo aquí? Pues les voy a contar mi experiencia, porque estoy seguro de que muchos se sentirán identificados, así que allá vamos…
17 años, una adolescencia incontenible y un mundo por delante. Solo quería salir de allí, me daba igual qué estudiar, qué hacer o dónde ir, solo quería huir; huir de un pueblo que se había quedado pequeño, de siempre las mismas caras, de ser el “hijo de”, o el que se “junta con”. Pero claro, 17 años… entonces no entendía nada (tampoco es que entienda mucho más ahora). Pero no hay nada como perder algo para echarlo de menos.
Llegas a Madrid, a Salamanca, a Granada, a donde quiera que fueran ustedes, conoces gente: residencias universitarias, facultades, discotecas, etc. Conoces mucha gente, mucha gente de muchos sitios, y ahí empecé, quizá no empecé a entender, sino todo lo contrario, empecé a “no entender” absolutamente nada.
Cada chico, cada chica, cada uno de su padre y de su madre, cada cual, de su tierra, pero tenían algo en común. Todos valoraban a su tierra, te cantaban bendiciones de sus pueblos y ciudades, con sus luces, con sus fiestas, su turismo, sus platos típicos, sus rincones escondidos, sus escapadas. No entendía nada, hasta del rincón más pequeño aquel ciudadano alababa bondades que te hacía dudar si te estaba presentando un pueblo recóndito de Castilla la Vieja o el prime del catálogo de la UNESCO.
Todos, chicos más o menos de la misma edad, todos habían llegado a las capitales con un discurso que parecía aprendido, como si hubiera sido un tema de la prueba de acceso a la universidad, una asignatura del colegio “las bondades de mi tierra”, todos parecían narrar un cantar de gesta cuando hablaban de sus orígenes. ¿Y yo? ¿Por qué yo no? ¿Por qué a mí nadie me había enseñado a sentirme orgulloso? ¿Por qué me habían castigado con esa humildad de no decir que venía del mejor lugar del mundo? ¿Por qué no me habían preparado un discurso para llevar a una capital? O lo que es más alevoso, ¿Por qué no me habían introducido las ganas de sentirme orgulloso de mi tierra?
Con el paso de los años, vas moviéndote, viajando, visitas las casas de amigos de diferentes lugares, y cuanto más conocía más me preguntaba, porque yo no defendía “mi casa”.
Solo el tiempo, la experiencia, y un pequeño (aunque todavía hoy pequeño) grado de madurez te va haciendo comprender. Y me da pena, me da mucha pena que nos hayamos tenido que convertir en autodidactas, que haya tenido que ser por nosotros mismos, por quienes hayamos descubierto todos estos sitios de nuestra tierra.
Aún hoy en día… ¿yo no entiendo por qué? (parezco Mourinho). Incluso hace poco lo compartía con un amigo en un viaje de vuelta a casa, con ganas de llegar al pueblo, mientras alabábamos las bondades de nuestra tierra, le comenté:
- “¿No será mejor así? Que no nos conozcan, seguir siendo ese recóndito lugar donde escapar, donde no hay turistas ni airbnbs, donde escapamos de los domingueros, de los atascos y nos renegamos a los trenes que nunca llegan, porque quizá a nadie le interesamos…”
Él tenía otra opinión, fue muy claro:
- “Tío (porque sí en mi tierra nos llamamos “Tío” entre “machotes”), esto es mentalidad de pobre, la excusa que nos ponemos a nosotros mismos para seguir siendo la última mierda, así no nos va a tener en cuenta nadie en la vida."
Y en parte tenía razón, así los trenes seguirán sin llegar, las protestas de los agricultores seguirán sin oírse dos días después, nuestros campos seguirán ardiendo con la sola salvaguarda de nuestros vecinos. ¿Pero qué sería entonces de nuestra humildad?
Como ya les he dicho, no vengan aquí a buscar conclusiones, que esto se queda simplemente en divagar, en reflexionar en alto, y si después de leerlo ustedes quieren, cada uno consigo mismo, o compartirlo. Y hoy no va a ser menos. No tengo una respuesta sobre si es mejor convertirnos en lo que por belleza merecemos, o mantener nuestro anonimato a fin de seguir disfrutando del mismo.
Y como también les he dicho no voy a hablarles, porque no me siento capacitado, de todas nuestras bellezas, pero sí que puedo contarles lo que para mi es volver a casa, volver “al lugar “onde” naces”.
Volver a casa es salir sin móvil, porque sabes donde encontrarte.
Volver a casa es que no necesites imprescindiblemente a tu grupo de amigos, porque con cualquiera te puedes tomar una caña bien a gusto.
Volver a casa es abandonar tus llaves o tu cartera en la mesa de un bar y que permanezcan en el sitio horas después, o a lo sumo que alguien las haya recogido para entregártelas, porque te conoce, porque eres el “hijo o el amigo de”.
Volver a casa es estar cenando en un bar en Semana Santa y que te apaguen las luces, porque pasa la procesión.
Volver a casa no es soportar un calor insufrible en verano, sino convertirlo en una tarde de garganta y un helado de leche merengada; es que quien dijo “no tengo plan”, no comprendió que podías bajar a por unas pipas y sentarte en un banco hasta las tantas de la madrugada; es que una banda de música no tiene ni idea de lo que es un Road Tour hasta que no ha pasado cada sábado de verano en las fiestas de un pueblo diferente.
Volver a casa es un disfraz, que digo un disfraz, ¡Una caja de disfraces! De generaciones que llevan disfrutando de lo mismo; es la alegría de la calle.
Volver a casa es reencuentro, porque claro que has conocido mucha gente en tus aventuras, pero allí están los tuyos, los de verdad, allí están las anécdotas que vinieron y las que vendrán.
Volver a casa es llegar al lugar donde sabes que los favores se hacen de verdad, donde no se espera nada a cambio, donde no hay cuenta de las rondas, y sin triquiñuelas la cuenta la paga el que la tiene más a mano, que mañana ya será otro día.
Volver a casa es unas cañas de Nochebuena, que, sí las tienen en muchos sitios, pero no conocen las nuestras; es terminar en un bar que siempre te preguntaste ¿Quién viene aquí? y ese día está hasta arriba; es un constante sonido de zambombas, de cuchillos en botellas de anís, de villancicos que cuentan historias que solo tus padres o abuelos entienden y de Serenos que nos cantan la hora que es.
Efectivamente, “suerte la tuya de poder vivir “onde” naces” y efectivamente en muchos lugares tendrán mucha suerte, pero la nuestra es doble. Tenemos el doble de suerte, porque incluso habiendo tenido que salir, venimos de la tierra de la humildad, de la tierra que nunca nos cerrará la puerta.
Y dice Sabina que “al lugar donde
has sido feliz no debieras tratar de volver”, pero es que Sabina no era de
Extremadura, el lugar donde la suerte, es volver.
Abrazos.